Alessandro di Mariano di Vanni Filipepi,
apodado Sandro Botticelli (Florencia, 1 de marzo de 14451-Florencia, 17 de
mayo de 1510), fue un pintor del Quattrocento italiano.
Se convirtió en el máximo intérprete del
neoplatonismo de la época, con su fusión de temas cristianos y paganos y su
elevación del esteticismo como un elemento trascendental en el arte. Para dar
forma a esta nueva visión del mundo, Botticelli opta por la gracia; esto es, la
elegancia intelectual y exquisita representación de los sentimientos.
Fue gracias a la Adoración de los Magos, que pintó
en 1475 para Santa María Novella, llamó la atención de los Médicis, que
rápidamente emplearon su talento. Comenzó a trabajar para ellos pintando un
estandarte para el torneo de Juliano de Médici. Sus contactos repetidos con
esta familia fueron sin duda alguna, útiles para garantizarle protección
política y crear las condiciones ideales para la producción de sus numerosas
obras maestras.
La adoración de los magos
La armoniosa composición del cuadro, con María y el Niño en
el medio, grupos equivalentes de personas a la izquierda y a la derecha, todos
ellos en medio de un paisaje imaginario con la ruina de un templo antiguo, fue
descrita por la literatura como "inspirada" y "poética".
Giorgio Vasari describe la belleza y gran calidad de este cuadro en la Vita de
Sandro Botticelli.
Esta Adoración de los Reyes de 1475 es una de
sus primeras experimentaciones para distorsionar la perspectiva tal como venía
siendo configurada en el Quattrocento. El amontonamiento y la agitación de los
personajes hacen del cuadro una especie de testamento espiritual, una
voluntaria captación por el autor de la misma parábola de su vida y su carrera.
Utiliza un colorido intenso. Presta gran atención al detalle, como puede verse
en las vestimentas. Al fondo, el paisaje esencial, de inspiración nórdica.
La Primavera
Esta obra fue encargada por Lorenzo di
Pierfrancesco de Médici, primo de Lorenzo el Magnífico, para adornar la Villa
di Castello, en la campiña florentina, junto a Palas y el Centauro (c.
1482-1483).
El platonismo renacentista afirma el carácter
divino de su alma y le asigna el papel trascendental de vínculo entre lo
terreno y lo espiritual. Esta premisa esencial, presente para los humanistas en
todas las filosofías y todas las religiones, da paso a una revaloración de las
obras humanas como herramientas para conocer y dominar la naturaleza.
La Primavera está cargada de simbolismo
neoplatónico, una corriente de pensamiento que tuvo muchísimos seguidores en la
Florencia del momento, entre los que se encontraba el propio Botticelli y sus
mecenas los Médicis.
El primer paso del alma es el emanatio, “dar”,
el viento Céfiro se lanza a apresar a la ninfa Cloris, de cuya boca aterrada
surgen flores que enlazan con las de Flora, personificación de la primavera. La
diosa luce un vistoso vestido y avanza mientras esparce flores que recoge de su
regazo.
El siguiente paso del alma es la raptio, “aceptar”,
el alma recuerda su verdadero origen divino. Llegamos al centro del cuadro,
dominado por Venus en estado de buena esperanza. Su hijo Cupido dispara flechas
de amor hacia Castitas (Pureza), una de las Tres Gracias. No lleva ningún
adorno y mira embelesada a Hermes, de quien se ha enamorado.
Finalmente tenemos a Hermes, que simboliza la
remeatio, “devolver”, una vez que el alma ha conocido la belleza puede regresar
a su origen tras la muerte. El dios de los mensajeros aparta con su vara la
vegetación y deja ver un cielo nocturno; por eso Hermes recibe el nombre de
guía de almas.
Emanatio, raptio y remeatio (dar, aceptar y
devolver) aluden al ciclo de la vida, al cambio continuo que se experimenta. La
llegada de la Primavera suponía el despertar tras el largo letargo del
invierno. El tres era uno de los números más importantes para los
neoplatónicos.
El Nacimiento de la Venus
Este cuadro fue en su momento una obra
revolucionaria por cuanto presentaba sin tapujos un desnudo no justificado por
ningún componente religioso, así como un tema mitológico procedente de la
cultura clásica grecorromana anterior al cristianismo, lo que suponía la plena aceptación
del nuevo humanismo renacentista alejado del oscurantismo medieval.
En esta obra, no existe preocupación por la
perspectiva ni por la creación del espacio. La preocupación se centra en la línea,
lo curvo, los fondos planos, y la profundidad atmosférica. Observamos en el centro, encerrada en un triángulo, la
figura de Venus, ligeramente curvada, representando en su silueta la curva
praxiteliana, acompañada a su izquierda por Céfiros y Cloris, que dibujan una
diagonal, y a la derecha, también en diagonal, la ninfa Hora que traza con el
manto con el que se va a recubrir a Venus, otra línea curva, cerrando así la
composición por el lado derecho.
La figura central, Venus, está directamente
inspirada en la Afrodita de Cnido de Praxiteles y en la serie de Venus púdicas
helenísticas.
Retratos mortuorios
Retrato de Giuliano de Médici |
Retrato de Simonetta Vespucci |
En el retrao del Médici, el retratado no ve al espectador porque está muerto. Se abre el punto de fuga con la porta abierta, símbolo del paso a la otra vida. Aparece en primer plano una tórtola posada en una rama seca, símbolo de la Muerte. Igualmente en el retrato de Simonetta, vemos que ella no posa su vista en el espectador, y como el fondo es competamente negro, simboliza la muerte.
Venus y Marte
La pintura trata de la victoria amorosa. Una
arboleda de mirtos, el árbol de Venus, forma el telón de fondo para los dos
dioses que están tumbados, uno frente a otro, en un prado.
La diosa del amor está totalmente vestida y
peinada, con los pliegues de un lujoso vestido blanco cayendo suavemente, lo
mismo que sus rizos. Vigila atentamente el sueño del desnudo Marte, que está
durmiendo, en una representación escultórica del desnudo masculino. El dios de
la guerra se ha quitado su armadura y yace sobre su capa de color rojo; todo lo
que lleva es un trapo blanco sobre los genitales.
Mientras, pequeños sátiros juegan traviesamente
con las armas, el yelmo y la armadura del dios de la guerra. Su pintura es uno
de los primeros ejemplos en la pintura del Renacimiento que representa así a
estos bulliciosos y lujuriosos seres híbridos.
La Calumnia de Apeles
Esta obra se produjo después de la caída de
los Médicis, en plena época de la República. Se considera que es fruto del
ambiente religioso que dominó Florencia durante la época de dominio de
Savonarola. Esta obra fue muy admirada por los nobles florentinos.
A la derecha se sienta un hombre con largas
orejas, extendiendo su mano hacia Calumnia mientras ella todavía está a cierta
distancia. Cerca de él, de un lado se encuentran dos mujeres – Ignorancia y
Sospecha.
Del otro lado, Calumnia, una mujer de una belleza que no tiene
comparación, pero llena de pasión y energía; se acerca, con furia e ira,
llevando en su mano izquierda una antorcha ardiente, y en su derecha a un joven
que une sus manos hacia el cielo y pide a los dioses que atestigüen su
inocencia. Ella es conducida por un hombre pálido y feo, con una mirada
penetrante y que luce haber sufrido muchas enfermedades; Envidia.
Más allá,
encontramos dos mujeres que atienden a Calumnia, incitándola, vistiéndola y
engañándola; Traición y Engaño. Las dos eran seguidas por una mujer vestida de
luto, con ropas negras hechas jirones; Arrepentimiento. Y por todos estos
eventos, sollozaba y se avergonzaba porque Verdad se estaba acercando.”